Me gusta la palabra Kilometro, siempre me ha encantado la K, y me encanta que la palabra kilometro empiece con ella.
Amo mis kilómetros,
veinte mil para ser más exactos. Me alcanzan para ir a Chicago y volver, ir
para saber si alguna vez quiero volver, ir para quedarme. O mejor no ir.
Mis kilómetros
me alcanzan para ir a lugares desconocidos, a barrios en los que no vivo, a
calles que si no fuera por esos kilómetros no conocería. Me alcanzan para huir
y que no se note, para que cada vez que tenga depre pueda empacar mis cosas
e ir a almorzar con mamá.
Mis kilómetros
me alcanzan para cuestionarme mi existencia en lluvias torrenciales, me
alcanzan para superar mis miedos, para descubrir otros temores, otros motivos
que hagan latir fuerte el corazón.
Me alcanzan
para llorar en un semáforo cuando pienso en papá, para sonreír y pensar en que
soy feliz a medias pero al menos soy dueña de mis pocos pasos.
Mis kilómetros
me alcanzan para caminar un poco chueco, para caerme y levantarme, para olvidar
lo que es estar peinado pero no dejar de lado el sabor a libertad.
Mis kilómetros
me alcanzan para contar mis minutos de soledad, mis besos mal dados y los otros
guardados. Me alcanzan para tomar café en Guasca, y almorzar en Guatavita sin ganas. Me sirven para pelearles a mis
amigos que adelantan en doble línea, y para reducir velocidad en la neblina.
Mis kilómetros
me alcanzan para llegar a donde Rafa a tomar café y pedirle aprobación sobre el
interés de mis afectos, me alcanzan para ir por Certs cuando quiero encontrar
alguna excusa para estar afuera, en ese mundo que no entiendo, en ese mundo que
me duele, en ese mundo en el que siento que solo cocodrilos rodean el castillo.
Mis kilómetros
me alcanzan para soñar como sería dejar atrás el miedo e ir más rápido, me
alcanzan para dañar la moto recién pintada. Me alcanzan para no ir en un
Transmilenio espichada.
Mis kilómetros
me alcanzan para no llevar afán, y poder ser puntual como me gusta. Me sirven
para creer que cada uno de los kilómetros que recorro se llevará el vacio de no
poder compartir lo que tengo en la mente con la gente que quiero, me alcanza
para olvidar que me cuesta hacerlo.
Mis kilómetros
me alcanzan para conocer a gente maravillosa que abrazo con el corazón una vez
al año para no hacernos daño. Alcanzan para dormir 15 minuticos más y omitir el desayuno. Me alcanzan para
llegar rápido a casa a mirar desde la ventana mientras hago aseo escuchando Sonic
Youth o lloro cantando Nino Bravo.
Mis kilómetros
me han llevado por lugares lindos, por lugares feos, por lugares difíciles, por
lugares especiales. Me han permitido enamorarme de nubes que dejo atrás y del
asfalto. Me han enseñado a preferir superficies por su capacidad de agarre y a uno que otro corredor que admiro y amo.
Mis kilómetros
me han regalado sustos, varadas, lágrimas al borde del andén, llamadas de
auxilio respondidas y otras ignoradas. Grúas, burlas y risas. Carcajadas de ver
que nada era tan grave como parecía, que a la caída duele más el cerquillo que
el morado de la pierna.
Mis kilómetros me han regalado entendimiento sobre
lo estético que puede llegar a ser un exhosto, y a no dejarme deslumbrar por lo
lindo que se puede ver alguien detrás de un casco.
Me han puesto
a prueba el ego y a deteneme cuando me veo echándole madres a aquel conductor
que cree que tiene más derecho a la carretera que yo, que me creo con derechos porque pago mis impuestos.
Mis kilómetros
me dan la tranquilidad de saber que cuando todas las cosas maravillosas que me
rodean no me parezcan suficientes, cuando me canse de los éxitos que de una u otra forma tocan a mi
puerta y sienta que me agobian más de lo que me placen puedo huir; puedo
recorrer 250 km hasta la bomba más cercana y así sucesivamente hasta que sepa a
donde quiero llegar. Me sirven para no tener miedo si es tarde, me ayudan a
andar más rápido si voy sola, y muy lenta y torpe si alguien me acompaña.
Mis kilómetros
me han regalado noches de conversaciones maravillosas, amigos con llanta lisa
que se tiran el paseo, y uno que otro suspiro de alivio cuando el comparendo no
era para mí.
Estos veinte
mil kilómetros me han ayudado a crecer,
a seguir siendo ridícula y sentimental. Me han dado premios y derrotas, técnicas
y tácticas. Me han alejado de personas que extraño y otras que no tanto. Me han
servido de excusa para romper años de
intenciones inconclusas.
Mis kilómetros
han sido mi terapia para restaurar un poquito este corazón roto, vacio y
hostil. Y también me han ayudado a evadir realidades que no se cómo enfrentar. Me
han llenado de motivos para romper silencios y de otros tantos para crearlos, poderme
marchar sin explicaciones.
Hoy en
estos, mis 20 mil kilómetros de nada, he reído, y celebro. La celebro a ella
por soportar mi genio dia a dia, porque a veces la dejo sola y olvidada en un
garaje, porque a veces quisiera que fuera otra, la celebro porque me sirvió de
excusa para hablarle y romper tanto tiempo de pretextos para no acercarme. La
celebro porque aunque pequeña ha sido lo suficientemente bella para soportarme
y permitirme seguir hacia adelante cuando lo único que quisiera es parar.